dilluns, 9 d’octubre del 2017

La ley, el orden, la democracia



Érase una vez, en un país lejano y en un tiempo lejano, unos gobernantes que decidieron dictar una ley que hiciera el sistema político estable, inmutable. Para ello, el primer ministro añadió, como artículo final de la ley, una frase ingeniosa:
Esta ley no podrá ser derogada, modificada ni enmendada, por los siglos de los siglos
Y por ello la ley siempre regía porque no podía ser modificada sin contravenirla. Este circulo vicioso es muy peligroso. Porque llega un día, antes o después, en que la ciudadanía cuestiona esa ley y pretende cambiarla, generándose un grave conflicto político. La humanidad ha vivido esa situación reiteradamente en los últimos 3 siglos.
Básicamente hay dos maneras de romper ese círculo vicioso: mal (las más de las veces) y bien. La forma inadecuada de resolver este impasse consiste en que el poder se enroque, y aplique la ley independientemente de la voluntad de la población aduciendo que es la ley y que hay que cumplirla. Las consecuencias son siempre desastrosas. En ocasiones la ciudadanía vive infeliz e insatisfecha durante generaciones, lo que constituye en sí mismo la sinrazón de un Estado, un ente complejo que pretende (asumo) la vida comunitaria en paz, bienestar y armonía. En otras ocasiones la ciudadanía se rebela y explotan revoluciones, saltos en el vacío de la alegalidad, para deshacerse del gobierno tirano y cambiar las leyes indeseadas. Aun en el caso de que al final la revolución consiga objetivos deseables, el resultado de la misma nunca será plenamente feliz, porque las revoluciones hacen saltar por los aires la convivencia (al menos temporalmente) y se saldan con muerte, sufrimiento y, a menudo, guerra. La gran Revolución Francesa, a la que tanto debe la humanidad, fue un auténtico baño de sangre, violencia y destrucción.

Actuación policial durante el fallido referéndum del 1 de Octubre
Y, ¿cuál es la solución buena? La respuesta es sencilla, la democracia. Y este es el tema que me ha traído aquí. Cuando la población, una parte mayor o menor (no lo sabemos a ciencia cierta), se opone a la legalidad establecida como ocurre actualmente en Cataluña, la única solución posible es la democracia. En el debate que hace unos años nos ocupa, y que estas últimas semanas nos preocupa, se oye a menudo por parte del gobierno y los partidos que lo sustentan (incluyendo el PSOE) un argumento absolutamente falaz: que la democracia no es tal sin el respeto escrupuloso de la ley. Precisamente, la democracia es una herramienta para decidir las leyes, para cambiar las leyes. Ese es el espíritu de la democracia, que la ciudadanía decide sus leyes y cambia las que no le gustan. Por eso, si el sistema político no deja cambiar las leyes con facilidad a voluntad de la ciudadanía, se opone a la democracia, o sea, no es un sistema democrático.  
Tenemos una Constitución a la que recurren el gobierno y sus acólitos para no cambiar nada. En estos últimos años he oído dos tipos de argumentos por los que la Constitución impide un referéndum en Cataluña. Por un lado, el más manido es que el artículo 2 de la Constitución proclama ”la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles” por lo que tan solo plantear un referéndum que cuestione esa unidad es ilegal. No puedo sino disentir: precisamente se plantean los referéndums (referenda si usáramos la locución latina) para cambiar la legalidad, no puede ser ilegal plantear un referéndum en ninguna circunstancia, porque es la máxima expresión de la democracia.
Se dice que hay mecanismos reglados para modificar la Constitución y es cierto. Todo el título X de la constitución de 1978 esta dedicado precisamente a eso. Y en ese título, se otorga un protagonismo hegemónico a las cortes en cualquier posible reforma de la constitución. Tras el trabajo de las cortes y la aprobación del texto reformado, solo tras ese paso, se cita un referéndum como medio para aprobar la nueva constitución. Es decir, son nuestros representantes políticos quienes nos proponen algo cerrado y acordado entre ellos, para que simplemente demos nuestro visto bueno o lo neguemos.
Manifestación pro-unionista del 8 de Octubre
He buscado la palabra “referéndum” en el texto de la Constitución Española de 1978 y sólo aparece, precisamente, en relación con la modificación de la Constitución (Título X) y de los Estatutos de Autonomía (Capítulo 3). Pero, el Capítulo  2, en su artículo 92.1 dice:
Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos
Lo que permite, obliga a nuestros gobernantes, a consultarnos “decisiones políticas de especial trascendencia”.  Y la que nos ocupa, todos sabemos que lo es. La democracia directa está contemplada por la Constitución que nuestros gobernantes arguyen que les impide convocar un referéndum. El referéndum, por tanto, no es ilegal, simplemente el gobierno y muchos otros agentes sociales y económicos, no quiere consultarnos, nos sustraen un derecho constitucional por una cuestión político-ideológica.
Manifestación pro-referendum
Y vamos con el segundo gran argumento en contra del referéndum de independencia en Cataluña. Precisamente tiene que ver con la negrita (que es mía) del artículo 92.1 que he mencionado más arriba. No se puede convocar un referéndum en Cataluña porque el referéndum debe de incluir a “todos los ciudadanos”. Incluso se oye aquello de que, un referéndum sólo a los catalanes supone una vulneración de los derechos de los no catalanes, que no opinarían. En este sentido, el argumento se puede volver en contra: si no se consulta a los catalanes se les sustrae su derecho a opinar y decidir su futuro.
Adelante, aceptemos el artículo 92.1 de la constitución, señoras y señores, hagamos como dice la carga magna y votemos todos los españoles. Pero ¿cómo leeremos después el resultado del referéndum?. Me temo que lo haremos en  los términos que queramos cada uno. Y sin embargo yo solo veo dos posibles lecturas. Podemos secuestrar la voluntad del pueblo catalán e imponerles el destino que los españoles no catalanes (que somos amplia mayoría) decidamos. O podemos leer el resultado del referéndum entre los catalanes y reconocer que no podemos decidir su futuro sin ellos o en contra de su propia voluntad. Ya escribí sobre esto no hace mucho.
Mi propuesta es muy sencilla. En lugar de intentar convencer a los ciudadanos de  Cataluña de que no tienen derecho a decidir su futuro, de que no pueden votar si se quedan o se van, convenzámosles de que se queden, seduzcámoslos en lugar de forzarlos. En mi vida personal, en mi relación con mis pares, no contemplo otro supuesto que éste. En la vida política de mi país, tampoco.  

L’ensenyament públic i la transmissió de la ideologia neoliberal (1)

Els meus fills han sigut estudiants de l’ensenyament públic. Tota la seua vida. Nosaltres sempre hem defensat l’escola pública, hi crèiem...